LA SEÑAL Y EL SÍMBOLO DE LA CRUZ
31 de Marzo de 2021 | 0 Comentarios

Toda religión y toda ideología tienen su símbolo visual, que ilustra algún aspecto significativo de su historia o de sus creencias. La flor del loto, por ejemplo, aunque fue usada en la antigüedad por los chinos, los egipcios y los indios, en la actualidad se asocia particularmente con el budismo. Por su forma circular, se la considera como símbolo del ciclo del nacimiento y la muerte, o como símbolo del surgimiento de la belleza y la armonía en medio de las turbias aguas del caos. A veces se representa a Buda entronizado en una flor de loto totalmente florecida.

El judaísmo antiguo evitaba el uso de señales y símbolos visuales, por temor a quebrantar el segundo mandamiento que prohíbe la confección de imágenes. Pero el judaísmo moderno ha adoptado el Escudo o Estrella de David, una figura hexagonal formada por la combinación de dos triángulos equiláteros. Este símbolo habla del pacto de Dios con David en el sentido de que su trono sería establecido para siempre, y de que el Mesías descendería de él. El islamismo, la otra creencia monoteísta que surgió en el Medio Oriente, está simbolizado por una media luna creciente. Al comienzo representaba una fase del ciclo lunar, pero ya antes de la conquista musulmana constituía el símbolo de la soberanía en Bizancio.

Las ideologías contemporáneas también tienen sus signos universalmente reconocidos. El martillo y la hoz del marxismo, que el gobierno soviético adoptó, en 1917, de una pintura belga del siglo xix, representan la industria y la agricultura; las herramientas están entrelazadas para representar la unión entre obreros y campesinos, las fábricas y el campo. Por otra parte, se ha comprobado que la cruz svástica existía hace ya 6.000 años. Los brazos de la cruz svástica están torcidos en el sentido de las agujas del reloj para simbolizar ya sea el curso del sol en el firmamento, el ciclo de las cuatro estaciones, o el proceso de creatividad y prosperidad (la palabra svasti significa ‘bienestar’ en sánscrito). A comienzos de este siglo, sin embargo, esta figura fue adoptada por algunos grupos germanos como símbolo de la raza aria. Luego se la apropió Hitler, y se convirtió en el siniestro símbolo del fanatismo racial nazi.

El cristianismo, por lo tanto, no constituye una excepción por lo que hace a la posesión de un símbolo visual. Con todo, la cruz no fue el primero de sus símbolos. Al comienzo, los cristianos sufrían acusaciones absurdas e intensa persecución. Por lo tanto, ‘tenían que ser muy cautos y evitar las demostraciones abiertas de su religiosidad. Por ello la cruz, que ahora es el símbolo universal del cristianismo, fue evitada en un comienzo, no solo por su asociación directa con Cristo, sino también por su vergonzosa asociación con la ejecución de criminales comunes’. (1)

Los primeros motivos pictóricos cristianos presentes en las paredes y techos interiores de las catacumbas (cementerios subterráneos en las afueras de Roma, donde probablemente se ocultaban los cristianos que eran perseguidos), parecen haber sido menos comprometedores. Incluían el pavo real (que supuestamente simbolizaba la inmortalidad), la paloma, la palma de la victoria de los atletas y, muy particularmente, el pez. Solo los iniciados sabían, y nadie más podía llegar a adivinarlo, que la palabra ichtys (‘pez’ en griego) era una sigla para Iesus Christos Theou Huios Sotēr (‘Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador’). Pero no perduró como signo del cristianismo, sin duda porque la asociación entre Jesús y el pez estaba basada puramente en una sigla (en este caso una disposición fortuita de letras), pero no tenía significado visual en sí mismo.

Algo más tarde, probablemente durante el segundo siglo de esta era, los cristianos perseguidos parecen haber preferido pintar temas bíblicos tales como el arca de Noé, Abraham sacrificando el cordero en lugar de su hijo Isaac, Daniel en el foso de los leones, sus tres amigos en el horno ardiente, Jonás en el momento de ser devuelto por el pez, algunos bautismos, un pastor llevando en brazos una oveja, la curación del paralítico, y la resurrección de Lázaro. Todos ellos constituían símbolos de la redención en Cristo, pero no resultaban comprometedores, ya que solo los instruidos en el tema estarían en condiciones de interpretar su significado. Era frecuente que, con las dos primeras letras de la palabra griega Christos (Chi-Rho) se formara un criptograma, a menudo en la forma de una cruz, y a veces con una oveja adelante, o una paloma.

Un emblema cristiano que se aceptara universalmente debía, obviamente, hablar de la persona de Jesucristo. Había muchas alternativas. Los cristianos hubieran podido elegir el pesebre donde fue puesto el niño Jesús cuando nació. O el banco de carpintero en el que trabajó siendo joven en Nazaret, dignificando así el trabajo manual. Podría haber sido el barco desde el cual enseñó a las multitudes en Galilea, o el paño que se ciñó para lavar los pies de los apóstoles, lo cual hubiera hablado de su espíritu de humildad en el servicio. También estaba la piedra que, al ser quitada de la entrada de la tumba de José, hubiera servido como símbolo para proclamar su resurrección. Otra posibilidad era el trono, símbolo de la soberanía divina compartida por Jesús, tal como Juan había visto en una visión. También podría haber sido la paloma, símbolo del Espíritu Santo enviado desde el cielo el día de Pentecostés. Cualquiera de estos símbolos hubiera resultado adecuado para señalar alguno de los aspectos del ministerio del Señor. No obstante, el símbolo elegido fue una sencilla cruz. Sus dos varas ya constituían desde antiguo un símbolo cósmico del eje entre el cielo y la tierra. Pero los cristianos lo eligieron por una razón más específica. No querían que la conmemoración de Jesús tuviera como centro su nacimiento ni su juventud, enseñanza, servicio, resurrección o reinado. Tampoco el don del Espíritu Santo. Eligieron como central la crucifixión.

El crucifijo (es decir, una cruz a la que se fija una figura de Cristo) no parece haber sido usado antes del siglo vi. Sin embargo, al menos desde el siglo ii en adelante, los cristianos no solo dibujaban, pintaban y tallaban la cruz como símbolo gráfico de su fe, sino que también hacían la señal de la cruz sobre sí mismos o sobre otros. Uno de los primeros testimonios de esta práctica la ofrece Tertuliano, el abogado y teólogo del norte de África que se destacó alrededor del año 200 d.C. Escribió así:

 

A cada paso que avanzamos, a cada movimiento que hacemos,
cada vez que entramos y salimos, cuando nos vestimos y
nos calzamos, cuando nos bañamos, cuando nos sentamos
a la mesa, cuando encendemos las lámparas, cuando nos
reclinamos o nos sentamos, en todas las acciones comunes
de la vida cotidiana, trazamos sobre nuestra frente la señal de
la cruz.(2)

 

Hipólito, el estudioso presbítero de Roma, es un testigo particularmente interesante, porque se ha hecho conocer como un ‘reaccionario declarado que durante su propia generación representaba más el pasado que el futuro’. Su famoso tratado La tradición apostólica (alrededor del 215 d.C.) ‘asegura en forma explícita que solo registra las formas y estilos de los ritos que ya son tradicionales y las costumbres largamente establecidas, y que escribe como deliberada protesta contra las innovaciones’. (3) Por lo tanto, cuando describe ciertas ‘observancias eclesiásticas’, podemos estar seguros de que ya se venían practicando una o más generaciones antes. Menciona que la señal de la cruz era usada por el obispo cuando ungía la frente de los candidatos durante la confirmación. Hipólito la recomienda para las oraciones privadas. ‘Imita siempre a Cristo, haciendo con sinceridad la señal en la frente, porque esta es la señal de su pasión.’ También, agrega, es una protección contra el mal. ‘Cuando seas tentado, sella siempre reverentemente tu frente con la señal de la cruz. Porque esta señal de la pasión se muestra y se hace manifiesta contra el diablo si la haces con fe, no para ser visto por los hombres, sino por tu conocimiento presentándola como un escudo.’(4)

No hay razón para desdeñar este hábito como supersticioso. Al menos en su origen, la señal de la cruz tenía como fin identificar, e incluso santificar cada acto como perteneciente a Cristo. Hacia mediados del siglo III, cuando Cipriano era obispo de Cartago, el emperador Decio (250–251 d.C.) desencadenó una terrible persecución. Miles de cristianos prefirieron morir antes que ofrecer sacrificios al emperador. Ansioso por fortalecer la moral de los creyentes, y para estimularlos a aceptar el martirio en lugar de renegar de su fe cristiana, Cipriano les habló del valor de la ceremonia de la cruz. ‘Adoptemos también para proteger nuestra cabeza el yelmo de la salvación … para que nuestra frente sea fortalecida, a fin de preservar segura la señal de Dios.’(5) En cuanto a los fieles que soportaron la prisión y se arriesgaron a morir, Cipriano los alabó en estos términos. ‘Vuestras frentes, santificadas por el sello de Dios… han sido reservadas para la corona que el Señor os dará.’(6)

Richard Hooker (teólogo anglicano y prominente figura de Londres en el siglo xvi) aplaudió el hecho de que, a pesar de que los paganos se burlaban de los sufrimientos de Cristo, los primeros Padres de la iglesia eligieron la señal de la cruz (en el bautismo) antes que cualquier otra señal.(7) Hooker era consciente de las objeciones de  los puritanos. ‘Santiguarse y otras muestras semejantes del papismo, que la iglesia de Dios en tiempos de los apóstoles nunca conoció’ no deberían usarse, decían los puritanos. Afirmaban que no correspondía añadir invenciones humanas a las instituciones divinas, y que existía siempre el riesgo del uso supersticioso indebido. De la misma forma en que el rey Ezequías destruyó la serpiente de bronce, así debía también abandonarse la señal de la cruz. No obstante, Hooker se mantuvo en su posición. Sostenía que, en asuntos que no resultaban incompatibles con las Escrituras, los cristianos debían tener libertad. Por otro lado, la señal de la cruz tenía una aplicación saludable. ‘Es para nosotros una advertencia … a gloriarnos en el servicio de Jesucristo, sin bajar la cabeza como avergonzados de algo, aunque seamos objeto de reproche y oprobio a manos de este mundo malo’.(8)

Constantino, el primer emperador que se declaró cristiano, dio impulso adicional al uso del símbolo de la cruz. Según Eusebio, en vísperas de la batalla del puente Milvio, que le permitió imponer su dominio en Occidente (312–313 d.C.), Constantino vio en el cielo una cruz luminosa, junto con las palabras in hoc signo vinces (‘vence con esta señal’). Inmediatamente la adoptó como emblema y la hizo colocar en los estandartes de su ejército. No importa lo que pensemos sobre Constantino y el desarrollo de la ‘cristiandad’ después de su dominio, lo cierto es que la iglesia preservó fielmente la cruz como su símbolo central. En algunas tradiciones eclesiásticas el candidato al bautismo todavía recibe la señal de la cruz, y es muy probable que en la sepultura de un cristiano se coloque una cruz sobre su tumba. De este modo, desde el nacimiento cristiano hasta la muerte cristiana, por así decirlo, la iglesia procura identificarnos y protegernos mediante una cruz.

NOTAS:

1. Michael Gough: Origins of Christian art, p. 18. Ver también J. H. Miller: ‘cross’ y ‘crucifix’; Christian world, ed. Geoffrey Barraclough; y Cross and crucifix por Cyril E. Pocknee
2. Tertuliano: De corona, cap. iii, p. 94.
3. Gregory Dix (ed.): Apostolic tradition of St Hippolytus, p. xi.
4. Ibid., pp. 68–69.
5. Cipriano: Ad thibaritanos ix.
6. Cipriano: Da lapsis 2.
7. Richard Hooker: Ecclesiastical polity, libro v, cap. lxv.20, ‘Of the cross
in baptism’.
8. Ibid., libro v, cap. lxv.6

 


Tomado del libro La cruz de Cristo de John Stott


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