JUSTICIA, MISERICORDIA Y OBEDIENCIA
15 de Octubre de 2020 | 0 Comentarios

Miqueas 6.8 comienza precisando lo que Dios quiere o espera del pueblo consagrado a su servicio y, por eso mismo, al servicio del prójimo: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno…”. ¿Qué es lo bueno que Dios ha encomendado practicar en todas las relaciones humanas cotidianas? Miqueas responde a esta pregunta afirmando que Dios pide solamente “hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Dios espera entonces la práctica de la justicia, de la misericordia y una obediencia plena a sus mandamientos.

La primera exigencia, “…hacer justicia…”, está orientada a la comunidad humana, particularmente, a las obligaciones sociales. Esta exigencia, la práctica de la justicia, implica una prohibición de la opresión, la explotación, el soborno, el perjurio y el despojo de las pertenencias del prójimo indefenso. Apunta a revertir las prácticas que Miqueas denuncia públicamente y que eran cometidas por los príncipes, los religiosos, los profetas, los jueces, los grandes latifundistas y los comerciantes:

…Oíd ahora, príncipes de Jacob y jefes de la casa de Israel: ¿No concierne a vosotros saber lo que es justo? Vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les quitáis su piel y su carne de sobre sus huesos; que coméis asimismo la carne de mi pueblo, y les desolláis su piel de sobre ellos, y les quebrantáis los huesos y les rompéis como para el caldero y como carnes en olla […]. Así ha dicho Jehová acerca de los profetas que hacen errar a mi pueblo, y claman: Paz, cuando tienen algo que comer, y al que no les da de comer, proclaman guerra contra él […]. Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho; que edificáis a Sion con sangre, y a Jerusalén con injusticia. Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros (Mi 3.1–3, 5, 9–11).

Estas prácticas de injusticia institucionalizada, comprometían directamente a la clase dirigente que, según la denuncia de Miqueas, era abusiva, prepotente e injusta. Una clase dirigente que aplastaba al pueblo de a pie y despreciaba la justicia y el derecho. Fue en esa realidad de miseria ética y de insensibilidad social que Miqueas expresó públicamente que el verdadero culto a Dios no estaba separado de la práctica de la justicia. Para Miqueas el culto verdadero se relacionaba con la justicia cotidiana y no tanto con los sacrificios y holocaustos que encubrían una realidad de injusticia y de hipocresía institucionalizada.

La segunda exigencia, “…amar misericordia…”, está orientada a las relaciones con el prójimo indefenso y desvalido. Apunta a la sensibilidad social, es decir, a la capacidad de indignarse antes las situaciones de injusticia y de actuar para introducir un estilo de vida completamente distinto al que impera en la sociedad circundante. Amar misericordia implica, por ejemplo, no quedarse callados ni permanecer impasibles cuando quienes están en la cima del poder político y religioso actúan impunemente atropellando a los pobres y a los indefensos, tal como lo hizo Miqueas en su tiempo:

¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en sus manos el poder! Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad (Mi 2.1–2).

Amar misericordia es entonces más que acciones de bondad y de generosidad para socorrer al prójimo caído, atropellado y violentado.

Exige denunciar las estructuras de injusticia y actuar para que la justicia prevalezca en lugar de la impunidad con la que a menudo actúan los que tienen en sus manos el poder. Esto demanda conocer la realidad histórica y desnudar públicamente las prácticas de injusticia conocidas o encubiertas:

Faltó el misericordioso de la tierra, y ninguno hay recto entre los hombres; todos acechan por sangre; cada cual arma red a su hermano. Para completar la maldad con sus manos, el príncipe demanda, y el juez juzga por recompensa; y el grande habla el antojo de su alma, y lo confirman. El mejor de ellos es como el espino; el más recto, como zarzal… (Mi 7.2–4).

De acuerdo al análisis teológico-político de Miqueas, todo estaba podrido, todo estaba corroído por el abuso de poder, la impunidad, y la insensibilidad con la que actuaban las autoridades políticas y los encargados de administrar justicia. Había un déficit enorme de misericordia y rectitud (o justicia). La realidad que Miqueas describe y denuncia se parece mucho a la realidad social, política, judicial y religiosa de América Latina. También en nuestros países faltan personas misericordiosas, rectas y honorables. La política, la religión y la justicia están infectadas por la corrupción, la impunidad y la mentira.

La tercera exigencia, “…humillarte ante tu Dios”, tiene dos connotaciones. En primer lugar, es un llamado al arrepentimiento y al perdón, una nueva conversión; es decir, renunciar de manera radical a las malas prácticas y enmendar completamente la conducta personal y colectiva. En segundo lugar, humillarse ante Dios, implica obediencia o santidad personal y colectiva. Dicho de otro modo, limpieza de corazón, limpieza de mente y limpieza de manos. Humillarse ante Dios demanda entonces cuidar nuestra vida, nuestras relaciones, nuestra familia, nuestra conducta en la sociedad.

¡Cuídate!, diría Miqueas, porque las malas prácticas, la vida que deshonra el nombre de Dios, están incluso al interior de tu propia familia, en las relaciones de amistad y en los círculos de poder. La advertencia es clara:

No creáis en amigo, ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca. Porque el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la nuera contra la suegra, y los enemigos del hombre son los de su casa (Mi 7.5–6).

Y, por supuesto, cuando las personas se acostumbran a una religión que lo permite todo y lo pervierte todo (Mi 5.12–14), difícilmente cambiarán de forma de vida, porque han construido un dios que lo justifica todo y tiene voceros (sacerdotes y profetas) que validan sus malas prácticas afirmando que tienen la aprobación divina. Estos religiosos, como precisa Miqueas en su denuncia, actúan por cuenta propia para sacar ventaja material de su oficio: “…sus sacerdotes enseñan por precio y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová con nosotros? No vendrá mal sobre vosotros” (Mi 3.11).
Hacer justicia, amar misericordia y humillarse ante Dios, además de sintetizar la esencia del verdadero culto a Dios, es también un excelente sumario de la misión cristiana en cualquier realidad histórica. Es una agenda de misión que vincula el culto con el testimonio personal y público, la obediencia a Dios con la acción ciudadana responsable, la religión con el espacio público y la santidad personal con la santidad social. Es un llamado a no separar la fe en Dios de la ciudadanía plena, la participación en una iglesia de las responsabilidades ciudadanas, la justicia personal de la justicia social, el servicio social de la acción social y política. Miqueas en este pasaje clave nos recuerda que los creyentes son también ciudadanos porque la práctica de la justicia, el compromiso con la misericordia y la obediencia a Dios no se reducen a la dimensión religiosa de la vida, sino que tienen que ver con toda la vida.


Tomado del libro El mensaje de los profetas: Una verdad pública de Darío López R.


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