Para comenzar, el apóstol Pablo es coherente en cualquier contexto. Produce intriga el que nos mencione: ‘Para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios’ ( 2 Cor 1.12). Su conducta es la misma en el mundo en general y en la iglesia. Pablo no es una persona en relación con los incrédulos y otra con los cristianos. Me pregunto si podríamos decir eso de nosotros mismos…
En una ocasión leí una noticia interesante donde se describía el arresto de un empresario alemán: “Heinrich K, de Frankfurt, ha sido sentenciado con diez meses en suspenso y multado por 1.500 marcos por agredir a un policía de tránsito. ‘¡Esto es para ti!,’ gritó Heinrich, mientras daba un puñetazo en la cara al policía, cuando este se negó a retirar la boleta de infracción porque el vehículo estaba estacionado de manera ilegal. Heinrich es consejero en el tratamiento de la ira.”
¿Soy yo una persona diferente en mi hogar de la imagen que doy en el lugar de trabajo? ¿Soy una persona en el trabajo, y otra en la iglesia? ¿Me comporto de una manera en la habitación de un hotel, en la oficina pública, en la congestión de tránsito, y de una manera diferente cuando subo al púlpito? Pablo declara que se propone vivir de una manera completamente coherente: ‘Para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios.’ (2 Cor 1.12).
En segundo lugar, es coherente en lo que comunica, sea en forma oral o escrita. Como dice en el versículo siguiente: ‘No estamos escribiéndoles nada que no puedan leer ni entender. Espero que comprenderán del todo, así como ya nos han comprendido en parte’ (2 Cor 1.13–14).
Enfatiza este concepto al declarar que, así como no es culpable de mantener un doble juego de valores en su comportamiento, tampoco es culpable de un doble mensaje en sus escritos. Está convencido de lo que dice, y dice aquello de lo cual está convencido. No tiene la intención de ocultar ni de engañar. No es como aquella persona que escribió una referencia para un empleado que aspiraba a otro empleo: buscando qué decir, el empleador escribió: ‘Si usted lo conociera de la forma en que yo lo conozco, se sentiría hacia él de la misma forma en que yo me siento.’
Los críticos de Pablo en Corinto se comportaban de manera bastante similar, como podemos verlo en el capítulo 10: “Pues algunos dicen: ‘Sus cartas son duras y fuertes, pero él en persona no impresiona a nadie, y como orador es un fracaso.’ Tales personas deben darse cuenta de que lo que somos por escrito estando ausentes, lo seremos con hechos estando presentes” (2 Cor 10.10–11). La conducta y los escritos de Pablo no eran ambiguos. No tenía segundas intenciones. No era necesario leer entre líneas, porque su mensaje era directo y confiable. Pablo es un claro ejemplo de cómo debe vivir un cristiano, con sinceridad y coherencia.
En tercer lugar, es coherente en sus prácticas. Nos enteramos de esto a medida que avanza la epístola y describe la forma en que se coordinó la colecta de ofrenda, que es el tema que domina los capítulos 8 y 9 de 2 Corintios. La manera en que Pablo administra el dinero es un asunto decisivo. Es una puesta a prueba de la integridad y la coherencia. ‘Queremos evitar cualquier crítica sobre la forma en que administramos este generoso donativo; porque procuramos hacer lo correcto, no sólo delante del Señor sino también delante de los demás’ (8.20–21). Explica una variedad de estrategias por medio de las cuales se asegurará de que eso ocurra, y más tarde volveremos a ellas. Para demostrar la seriedad con que considera este asunto, también enfatiza que se ha conducido de manera coherente tanto ante Dios como ante los hombres. Esta es otra declaración de transparencia, es desempeñarse en el liderazgo bajo la mirada de Dios. Pablo invoca a Dios de manera explícita como testigo de la integridad de sus intenciones y de su toma de decisiones. ‘¡Por mi vida! Pongo a Dios por testigo de que es sólo por consideración a ustedes por lo que todavía no he ido a Corinto’ (2 Cor 1.23).
Pablo insiste a los corintios que acepten sus declaraciones en cuanto a su principal motivación: su total sinceridad y su completa coherencia. ¿Y se plantea todo esto sólo a causa de un pequeño cambio en la agenda?
Por supuesto, Pablo se daba cuenta de lo que estaba en juego. No se trataba simplemente de su credibilidad como apóstol, sino de la credibilidad del evangelio que les había presentado. Esta es la razón por la cual palabras como ‘sinceridad’ y ‘coherencia’ son tan importantes en nuestra vida también. Sabemos lo que está en juego. En una conferencia en la universidad de Georgetown, en Washington, Tony Blair desafió a Occidente a no renunciar a su responsabilidad moral hacia los pueblos sometidos en el mundo. Yasmin Alibhai-Brown comentó en The Independent que este había sido ‘un mensaje idealista contaminado por el mensajero. Sus palabras sonaron fraudulentas, porque mintió acerca de Irak y fue despectivo hacia la onu. Más aun, es un perdedor. Su misión prototipo en Irak fracasó… El cinismo resultante se expandió a Oriente y a Occidente.’ Cualquiera sea nuestra perspectiva sobre la intervención en Irak y sus secuelas, entendemos esta reacción hacia un mensaje idealista, al parecer contaminado por el mensajero. La gente se niega a escucharlo. Y se muestra cínica, no solo hacia el mensajero sino hacia el mensaje.
La explicación de la apasionada reacción de Pablo hacia los críticos en Corinto es su preocupación de proteger la verdad, el mensaje apostólico del evangelio. Esto era lo que más le importaba. Reacciona de la misma manera cuando escribe al final de sus días, advirtiéndole a Timoteo acerca de Alejandro, el herrero. Quienquiera que haya sido, Alejandro le había hecho ‘mucho daño’ a Pablo. Sin embargo, al recomendarle a Timoteo que se cuidara de él, lo que le importaba a Pablo no era la ofensa personal, sino el hecho de que Alejandro ‘se opuso tenazmente a nuestro mensaje’ (2 Timoteo 4.14–15). Cualquiera fuera la oposición que a Pablo le tocara enfrentar, su necesidad de proteger el evangelio era siempre primordial.
Tal vez eres responsable de un grupo pequeño de tu iglesia, y tengas la idea de que, en la estrategia global, esa actividad sea relativamente insignificante. Sólo tienes que asegurar que haya un lugar donde reunirse, alguien para liderar el encuentro, y alguien para servir el café. Pero no deberíamos perder de vista lo que Pablo está comunicando. Aun en la tarea más pequeña, nuestra responsabilidad es la de verificar que esté presente la siguiente lógica: que, en nuestro servicio fiel y coherente, estamos comunicando la verdad y el poder del evangelio. Y tengamos la certeza de que, en la comunidad cristiana, se nos está observando. Nuestra manera de ocuparnos de tareas menores y molestas, la manera en que reaccionamos ante los participantes torpes, cómo nos comunicamos en el correo electrónico, cómo respondemos cuando estamos cansados: en cada uno de esos momentos estamos expresando algo acerca de los valores del evangelio. Esta es la razón de la ardiente defensa de Pablo, y la motivación de su llamado a que vivamos de manera íntegra.
Tomado del libro Integridad: Liderando bajo la mirada de Dios de Jonathan Lamb
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