EL ESPÍRITU Y LA PALABRA
22 de Julio de 2020 | 0 Comentarios

En todo ministerio cristiano el Espíritu y la Palabra deben estar juntos. Sabemos que puede suceder una polarización lamentable, tanto así que se ha caricaturizado indebidamente a ciertas iglesias como centradas en la Palabra, pero carentes del Espíritu, mientras que se dice de otras que se han dedicado al Espíritu, pero han descuidado la Palabra. Sin embargo, cualquier clase de divorcio entre la Palabra y el Espíritu es imposible y no es bíblico.

En primer lugar, el Espíritu inspira las Escrituras. Pedro nos recuerda que «Ante todo, …tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo» (2P 1.20-21). Los autores bíblicos fueron conmovidos por el Espíritu, «impulsados» como el viento impulsa un barco. El Espíritu de Dios, que obraba por medio de distintas personalidades, contextos y culturas de sus autores humanos, supervisó la creación de las Escrituras, y que ahora queremos entender, obedecer y proclamar.

En segundo lugar, el Espíritu ilumina a los que oyen las Escrituras. El Espíritu obra en los corazones y mentes de los creyentes, y los ayuda a que reciban la Palabra. Sin la obra del Espíritu de Dios, jamás podríamos entender el evangelio. Pablo lo deja en claro en su epístola a los Corintios, habiendo primero descrito cómo los apóstoles mismos habían recibido al Espíritu y hablaban con palabras que el Espíritu les había enseñado: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente…Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo» (1Co 2.14-16).

En tercer lugar, el Espíritu prepara a los creyentes, y esto incluye a todo creyente que ha sido llamado a proclamar el mensaje del evangelio y confesar la autoridad de Cristo. Esto es imposible sin el Espíritu (1Co 12.3). Los dones de la iglesia, incluso los que ministran la Palabra, los da el Espíritu, según su voluntad (1Co 12.11). Nuestras habilidades tanto para entender como para enseñar las Escrituras son la obra del Espíritu Santo en los creyentes y en la iglesia local.

 

Esta es la razón por la cual necesitamos mantener a la Palabra y al Espíritu juntos. En su obra Listening to the God who speaks (Escuchar al Dios que habla), Klaus Bockmuehl nos recuerda sobre el trabajo del Espíritu Santo:

 

El Espíritu Santo es el «maestro interno», como solía llamarlo
la iglesia antigua. Él nos trae la presencia continua de Cristo
como mediador, comunicador, constructor de puentes, «el
intermediario» de Dios. Los pasajes en Juan que tratan sobre
el Espíritu Santo están llenos de verbos de comunicación.
Entonces, el Espíritu Santo es el maestro que habla, reprime,
nos recuerda y guía. En círculos cristianos, a menudo se lo
representa sencillamente como e l facilitador, y por lo tanto
queda reducido a una «fuerza» muda o un agente impersonal. [1]

Esto ofrece un tremendo aliento a todo aquel que ejerce el ministerio de la Palabra. Cuando estas cosas se alinean, es decir, las Escrituras que el Espíritu ha inspirado, la mente del creyente que el Espíritu ha iluminado y el maestro que el Espíritu ha preparado, el ministerio será fructífero. Y el enfoque será inevitablemente el propio Jesús, tal como veremos en nuestro capítulo final, porque el Padre proporcionó el Espíritu para glorificar a su Hijo (Jn 16.14-15).

 

Cita

[1]. Klaus Bockmuehl, Listening to the God Who Speaks (Colorado Springs: Helmers & Howard, 1990).


Tomado del libro La predicación bíblica transformadora, de Jonathan Lamb.


 

 

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